13 de febrero de 2012

CONTÉ CON DIOS PARA DECIDIR SOBRE MI FUTURO


Dios se hace presente a través de los acontecimientos, y eso fue lo que a mí me ocurrió.

Desde que recuerdo he sido buena estudiante aunque solo de notables. Por eso pude entrar en la universidad, aunque no me libré de sufrir unos meses de incertidumbre de la lista de espera; pero al final accedí a la carrera que yo quería, Publicidad y Relaciones Públicas. Tenía 17 años, a punto de cumplir los 18.

Antes de continuar con mis 18 años me remontaré a los 14, cuando terminé la etapa de EGB (pertenezco a la última promoción) y fui al Instituto. Cuando empecé el Instituto, lo cual supuso un cambio importante, seguí en relación con el colegio donde había estudiado, “el Divina”, como se le llama en el pueblo, es decir, el colegio Divina Pastora de las RR. Calasancias. Seguí vinculada, digo, porque me animaron a ser monitora del Movimiento Calasancio, un grupo juvenil cristiano. Recuerdo con cariño a mis primeros “niños” del Movimiento, para los que procuraba preparar unas reuniones entretenidas y que a la vez les ayudaran a conocer más a Dios. No fue fácil por la falta de experiencia y de autoridad que conllevaba mi adolescencia pero, no sé por qué razón, yo seguía ahí.

Recuerdo mi etapa de Instituto con dos sentimientos un tanto contradictorios: desconcierto –propio de la adolescencia- e inquietud (de la buena) por plantearme mi vida, es decir, mi futuro. Esta situación no fue disminuyendo con el paso de los años, sino que aumentó la necesidad en mí de descubrir hacia dónde orientaría mi vida. Solamente una cosa tenía clara: que lo más importante para mí eran las personas y Dios.

Esta búsqueda –ahora me doy cuenta- me llevó a apuntarme a un grupo de teatro, donde descubrí la magia de este arte y disfruté metiéndome en la piel de diferentes personajes. Permanecí en el grupo dos años. Con el inicio de COU (antiguo “Curso de Orientación Universitaria”) tomé una decisión un tanto radical: dejar mis actividades extras -excepto salir con mis amigas los fines de semana- para centrarme en un año que se presentaba duro a causa de la temida selectividad. Por esta razón, me armé de valor y fui a hablar con la directora del grupo de teatro para dejarlo. Y así fue. El segundo paso que quería dar era dejar el Movimiento Calasancio y, por tanto ir desligándome del colegio, para así tener los viernes libres para estudiar. Me dirigí al colegio para hablar con la religiosa responsable y recuerdo que salí de allí con unos folios que contenían las actividades de la próxima convivencia. No fui capaz de dejarlo y hoy, verdaderamente, me alegro de ello.

Para no alargar más mi historia, me adentro ya en el año de mi mayoría de edad, un año que fue decisivo para mi vida. Empecé con muchas ganas la universidad. Por primera vez iba a estudiar fuera de mi pueblo y tendría la oportunidad de conocer gente nueva. La cosa comenzó bien y la carrera me gustaba. Pero después empecé a imaginarme trabajando en una agencia de publicidad e intuí que eso no me iba a llenar. Por otro lado, seguí en contacto con los grupos del colegio y, aunque ya había elegido carrera, sentía dentro de mí que no estaba del todo satisfecha. Me quedaba algo más por elegir. Y no podía dejarlo esperar porque algo en mí me empujaba a seguir buscando y preguntándome ¿Quería casarme? Por supuesto que sí; no me imaginaba una vida feliz siendo soltera. Pero primero tendría que encontrar al chico adecuado, y en la universidad no acababa de encontrarlo. Pero ¿y ser monja? es decir ¿ser religiosa? Dios seguía siendo alguien importante en mi vida y, sin yo imaginármelo, lo sería todavía más. Pero, entonces ¿qué hacía yo estudiando Publicidad y Relaciones Públicas? En aquellos momentos estaba hecha un lío, y ¡qué mal se pasa cuando no se ve nada claro!

Pero por suerte, llegó una luz a mi vida –aunque tengo que decir que al principio fue algo que todavía trajo más oscuridad-. Fue un acontecimiento inesperado: iba a tener un hermano. No he contado que hasta entonces yo vivía con mis padres y mi hermano, tres años más pequeño que yo. Pues bien ahora, en mi mayoría de edad, llegaba un bebé a mi vida, un nuevo hermano. ¿Qué podía yo pensar ahora? ¿Qué estaba pretendiendo Dios con todo esto? Al principio me asusté; temía que la cosa saliese mal, ya que mi madre no era una jovencita. Fue en aquellos momentos de mayor incertidumbre cuando comencé realmente a orar. Me buscaba un rato, cerraba la puerta de mi habitación y me sentaba en el suelo. Ponía delante de mí alguna tarjeta con la imagen de Jesús, cogía el Evangelio del día y me ponía a rezar. Y realmente aquello me fue cambiando por dentro. Se me fue el miedo y vi con esperanza el nacimiento de mi hermano. Y sobre todo descubrí a un Dios distinto del que hasta entonces había conocido. Era un Dios que se hacía muy cercano a mí, que me daba a entender que TODO, TODO lo que estaba viviendo era sabido y vivido también por Él. De la mano de estos acontecimientos COMENCÉ A CONFIAR. Y esta fue la clave para descubrir qué era lo que Dios quería de mí. Le dije una y otra vez: “Tú sabes mejor que yo qué debo hacer” y, como Samuel, “habla, Señor, que tu sierva escucha”. Día tras día, con confianza le preguntaba. Y él me fue contestando en la oración y en la vida.

Nació mi hermano, un niño precioso. Fue una experiencia única el poder cuidar de él desde el día en que nació. Gracias a él descubrí a un Dios hecho carne en los pequeños, en los niños (“quien acoge a un niño como este, me acoge a mí”). Y descubrí a un Dios Bueno que nos hacía un regalo tan grande a mí y a mi familia.

No me puedo extender más, así que termino ya mi historia. A través de estos acontecimientos me di cuenta de que mi vida estaba totalmente ligada a Dios. Después de meditarlo mucho, decidí dejar la carrera de Publicidad y comenzar Filología Hispánica, con la intención de dedicarme a la educación. Un año después, fui al camino de Santiago y en esa experiencia descubrí que Dios había estado caminando a mi lado durante toda la búsqueda y que, por fin, llegaba a la meta. Físicamente, llegué a Santiago. Interiormente descubrí para mí una vida unida a Dios como Calasancia, sirviéndole a Él en la educación de los niños y jóvenes. Había tenido muy cerca la respuesta pero estaba demasiado ciega para verla. Sin pensarlo más, dejé mi casa e inicié la etapa de formación.

Hoy me alegro de haber contado con Dios para decidir sobre mi futuro. Creo que no podría ser más feliz de lo que soy ahora.

Miriam Esteve Cerdá

Religiosa Calasancia

3 comentarios:

AURORA dijo...

Gracias por ser reflejo de Dios, Miriam...

Anónimo dijo...

Miriam, tienes una historia de vida muy rica, gracias por compartirla con nosotros. Ya que a muchos puede llegarles como ejemplo, no solo de religiosa calasancia sino de espiritualidad calasancia para cualquier lugar que ocupemos en esta sociedad. Es hermoso ver como Dios se hace presente y se vale de miles de recursos para que lo podramos descubrir.
Andrea
de San Miguel Argentina

Anónimo dijo...

Miriam, nunca pierdas tu sencillez calasancia. Es una gran cualidad tuya.