El Evangelio nos invita a subir a la montaña, hacer la experiencia y bajar “revestidos” del Padre y del Hijo, con el ímpetu, la fuerza, la garra del Espíritu. ¡Qué bien se está! Pero ese “bien” hay que desparramarlo, para que siga floreciendo, creciendo y para que nunca, nunca se apague ni se agote.
Bajemos, transmitamos la historia de amistad, de amor que tenemos con Dios. Compartámosla. Es un misterio recubierto del tesoro más grande que podemos atisbar y que nadie nos puede quitar. Nos lo quitamos nosotros mismos cuando nos quedamos pasivos y no lo compartimos.
Oigamos la voz del Padre, escuchemos al Hijo, su Palabra hecha carne.
SUBIRÉ A TU MONTE, SEÑOR
Y escucharé tu nombre: JESUS
Y veré lo que Tú me enseñas: EL CIELO
Y comprobaré lo que Dios quiere: MI CORAZON
Y seguiré tus caminos: LOS CAMINOS DE LA FE
Y pregonaré tu Reino: TU AMOR
Y llevaré tu fama: TU RESURRECCION
Y pediré perdón: POR MIS PECADOS
Y me asombraré de tu rostro: TU LUZ Y TU VERDAD
Y veré la gloria de Dios: EL CIELO ABIERTO
Subiré a tu monte, Señor,
pero si no lo encuentro, Jesús,
te pido que me orientes
para no perderme
seducido por los engaños de la vida. Amén
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